Había una vez. Una vez había. Vez había una. Una había vez. Esa fue la historia de cómo una vez que había hubo una vez que fue la historia.

martes, 11 de agosto de 2020

Ciencia o Cientificismo

Año 1969 y siempre tan actual que duele. Nunca me cansé de releer a Oscar Varsavsky (1920-76). Quizás en el punto 4 se encuentre el gran sentido común que todavía habitan gran parte del CONICET y defensores del "desarrollismo" que justifican vilmente las prácticas del extractivismo en nuestro continente: Agronegocio, la Minería a Cielo Abierto y la Fracturación Hidraúlica. Esta discusión se cortó con la Dictadura Sangrienta de 1976 y se retomó, de alguna manera, con la vuelta a la democracia, pero el neoliberalismo y el desarrollismo popular sostuvieron a través de sus gobiernos la misma política extractivista. Una "ciencia rebelde" como plantea Varsavsky es necesaria, y tengo plena confianza en la actual gestión de Ana Franchi en ese sentido, pero los límites de acción social del CONICET están en los mismos alcances de los principales bastiones de la violencia patriarcal en nuestro país: el Poder Judicial y las Fuerzas de Seguridad.


Fragmento de "Ciencia, política y cientificismo" (1969):

La misión del científico rebelde es estudiar con toda seriedad y usando todas las armas de la ciencia, los problemas del cambio de sistema social, en todas las etapas y en todos sus aspectos, teóricos y práctico. Esto es hacer ‘ciencia politizada’.

Por qué no se planteó antes en serio esta misión en nuestro país es difícil de comprender cuando se examinan las enormes dificultades que se presentaban:
1) La mayoría de los científicos argentinos –aún los que se decían de ‘izquierda’- creían fervorosamente en una imagen de la ciencia, sus valores, su misión, que podemos llamar ‘cientificismo’ (aunque este término fue usado de muy diversas maneras, no siempre claras). Un cientificista no puede aceptar ocuparse de problemas relacionados con la política porque esa no es una actividad científica legítima según las normas de quienes desde el hemisferio Norte orientan las actitudes y opiniones de nuestros investigadores y sancionan virtudes y pecados. En todo caso ese campo corresponde reservarlo a la Ciencia Política, que es considerada una ciencia de segunda categoría.
2) Era un salto en el vacío que requería una gran autonomía de pensamiento y el rechazo de casi todos los esquemas teóricos ortodoxos.
No había un concepto claro de su contenido. No existían recetas establecidas para superar la etapa declarativa y llevar una proposición a la práctica: por dónde empezar, cuáles son los marcos de referencia, cómo se hace un plan de trabajo, qué papel tiene un físico en ella, por ejemplo. ¿No alcanza acaso con que se ocupen de eso los científicos sociales? Aún para éstos parecía un campo muy difuso y general: más ideología que ciencia concreta, muy difícilmente atacable con un bagaje teórico del hemisferio Norte, el único disponible. Como hemos dicho, no era otra cosa que un slogan.
3) No había fuerza política. Sólo en broma podía pensarse que la Facultad propusiera semejante campo de investigación a sus docentes sin ser intervenida a las 24 horas. Tampoco dentro de la Facultad era mayoría –ni mucho menos- el grupo de quienes condenaban globalmente el sistema social actual.
Por otra parte, proponer abiertamente que la investigación se oriente por motivos ideológicos, huele peligrosamente a totalitarismo.
4) No había convicción política: la posibilidad de que el simple desarrollo científico y tecnológico a la manera del hemisferio Norte facilitara el cambio a la larga, era muy atractiva frente a las escasas perspectivas de una acción directa.

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